El primer año fue la revolución. La adquisición de unos nuevos conceptos y una nueva forma de trabajar que me fascinaba, hizo que enseguida me pusiera manos a la obra para intentar aplicar las técnicas aprendidas a mi contexto de trabajo (un centro de rehabilitación psicosocial para personas con trastorno mental grave, a partir de ahora CRPS). La relación histórica entre Terapia Familiar y esquizofrenia ayudó notablemente a que se produjera esta revolución (ver página), más que profesional, personal.
Pero, como en toda revolución, hubo problemas. En un contexto, como es el de la Salud Mental, tan individualizado y excesivamente influenciado por lo biológico era complicado ampliar el foco a toda la familia como lugar de intervención. Además, había que evitar los problemas que la Terapia Familiar había tenido en sus orígenes; los familiares no tenían que sentirse culpables. La familia debía ser un recurso terapéutico y había que recoger el sufrimiento que conlleva la irrupción de un Trastorno Mental Grave, como la esquizofrenia. Durante el primer curso, mis esfuerzos se basaron en incorporar la metodología sistémica a mi contexto y conseguir ampliar el foco a la familia. Que los familiares sintieran que, sin ellos, no se puede comenzar un proceso de rehabilitación. En esta idea se basaba la memoria del primer curso: Esquizofrenia y Terapia Familiar. Presente, pasado y futuro, en el que se detallaba cómo crear un Departamento de Terapia Familiar en un CRPS.